jueves, 31 de julio de 2014

TANTARICA

TANTARICA, EL MACHU PICCHU PREINCA OLVIDADO
Enviado por Luis Eloy Plasencia Torres el 17/06/2012 a las 19:37

Desde la loma más, al oeste de Catán – caserío de la provincia de Contumazá – observamos al imponente y majestuoso Tantarica, cerro con 2,900 metros de altura que – por su perfil y la disposición de restos arqueológicos en su su­perficie – tiene cierto parecido al legendario Machu Picchu del Cusco.
Es el tercer pico más alto de los andes cajamarquinos en los que el hombre peruano, desde tiempos inmemoriales, deja testimonios de su grandeza.
Son las 8 y 30 de la mañana y, luego de 45 minutos de haber partido de Catán, hallamos una pirca ciclópea atravesada en el camino. Está con­formada de piedras de diferentes tamaños y por rocas gigantes que sobresalen del terreno accidenta­do. Mide, aproximadamente, entre tres a cuatro metros de altura y 400 metros de largo y tiene puestos de vigilancia en puntos estratégicos. Desde la cima del cerro próximo a Cholol, se descuelga como una serpiente pétrea descomunal hasta un terreno rocoso perpendicular por donde ni las cabras pueden pasar de un lado a otro.
Según el arqueólogo alemán Hans Horkheimer, el pueblo de Tantarica (o Señorío de Cuismanco) construyó esa muralla para defenderse de la invasión de otros pueblos.
Desde este punto, tras caminar veinte minutos, llegamos al coloso Tantarica. Uno de los lugareños nos conduce hacia una roca de regular tamaño con granulaciones de agua y, de cuya base, extrae tierra húmeda. Increíble, ¿de dónde proviene esa humedad en aquel paraje seco?
“Por aquí pasa el canal subterráneo por donde el príncipe Cuan trajo agua para estas tierras”, nos explica el guía Límber Jave Ruiz, señalando una zanja cubierta de maleza que se dirige, en línea recta, hacia la parte superior del cerro.
Observamos que las faldas del Tanta­rica son amplias, casi planas y estCAán salpicadas de viviendas semidestrui­das, hechas de piedra y barro. El terreno está cubierto por un bosque de árboles pequeños donde abundan plantas parecidas a cactus enanos con espinas ponzoñosas que ni bien rozan la piel se clavan en el cuerpo causando terribles dolores. Son las temibles caracashuas, espinas celosas y hostiles que al menor descuido nos herían.
Cosa rara – como en ninguna loma aledaña – las caracashuas cubren, prácticamente, al misterioso Tanta­rica. Parece que alguien, adrede, las haya sembrado tratando de proteger nuestro valioso patrimonio cultural el cual está abandonado y es destruido por el tiempo y los huaqueros, sin que el Gobierno Central, el Instituto Nacional de Cultura ni la región de Cajamarca, hagan algo para restau­rarlo y ponerlo en valor en bien del desarrollo de Catán y otros caseríos de la provincia de Contumazá que son golpeados por la pobreza.
Silban los copetones, los pishgos y otros pajarillos como alegrándose por nuestra presencia. El cielo está despejado, luce un azul precioso y en él unas águilas -con vuelo lento y circular- nos observan con curio­sidad.
Avanzamos unos 500 metros y des­cubrimos otra planicie, un poco me­nos ancha que la anterior. Desapa­recen las ruinas y aparecen pastores con sus rebaños de cabras.
Prosigue el canal camuflado por la maleza que nos conduce hasta el centro de aquella área donde existe un pozo amplio y seco. “Aquí – dicen nuestros guías – se libró la batalla final entre los chuquimancos y los cuismancos, cuentan que en aquel entonces este pozo estaba lleno de agua y se tiñó con abundante sangre derramada en aquella lucha encarnizada”.
Esta área, parece, dividió las viviendas pequeñas de la ancha base con las del cerro que son edificios impre­sionantes en ruinas.
Iniciamos el ascenso, propiamente dicho, pues la montaña se vuelve empinada. A medida que subimos descubrimos enormes viviendas de piedra con ventanas trapezoidales y varios compartimientos en cuyos interiores – la mayoría derruidas y profanadas por manos extrañas – hay empotrados.
Pero lo que más nos llamó la aten­ción fue un túnel (de 20 metros de largo, medio metro de ancho y tres metros de altura) construido de pie­dra sobre una elevación de la margen derecha del cerro y que solamente se le puede cruzar de costado, este detalle hace pensar que ese pasillo sirvió como una cárcel.
Asimismo nos asombró la “Casa Real”, ubicada en el centro de Tan­tarica. Tiene un área, aproximada, de 600 metros cuadrados, una de sus paredes – que sobrepasa los siete metros de altura – presenta cuatro ventanas trapezoidales y unas protu­berancias transversales semejantes a jardines colgantes. Sus amplias divi­siones y el piso han sido destruidos por los huaqueros.
En este palacio – según la leyenda de Tantarica – vivió un poderoso cacique que tenía una hija llamada Tantarica, cuya hermosura cautivó el corazón del joven cacique Cuan del reino Chuquimanco, quien pidió la mano de la encantadora ñusta y el padre de la doncella –luego de haberse negado- aceptó, pero con la condición de que el noble enamorado provea de agua aquel lugar árido.
Ante este requerimiento, Cuan, lo­camente enamorado trabajó no­che y día apoyado por su ayllu. En poco tiempo, construyó un túnel subterráneo y llevó agua del pozo Cuan - distante a veinte leguas de aquel lugar- hasta el reino de su dulce amada.
Pero el cacique, padre de la linda princesa, se negó a cumplir su pala­bra, pese a que el agua traída había formado un manantial en la falda del cerro Tantarica.
Cuan se llenó de dolor e indignación y, de la noche a la mañana, hizo des­aparecer el líquido elemento entre la cordillera contumacina.
Se afirma que el agua del manantial de Santa Clara -que abastece de agua a la ciudad de Tembladera- provie­ne del canal subterráneo construido por el decepcionado príncipe Cuan.
Seguimos escalando y sobre la “Casa Real” divisamos la plaza de la ciuda­dela pre inca. Mide, calculamos, 80 metros de largo por 25 metros de an­cho. Una pared de piedra recostada al cerro, que excede los ocho metros de altura, cubre toda su extensión. Esta plaza amplia, indudablemente, fue el centro de reunión de los Tan­tarios para celebrar sus festividades y realizar competencias guerreras y deportivas.
Nos cuentan los amables Cataneros que, en esa plaza, por varios años su pueblo festejó el Día del Indio, fiesta que duraba tres días.
Allí acudían gente de Contumazá y de otros pueblos del departamento de Cajamarca, incluso – afirman – que asistían turistas para deleitarse con la corrida de toros, de los concur­sos de bailes y cantos folklóricos, especialmente de yaravíes y poesía.
Eventos que cobraban singular atracción por el escenario mági­co del otrora centro del reino de Cuismanco. Entonces se escuchaba tonaditas, como esta:
Arriba en aquel cerrito
está segando la minga
donde cantan todititos
y el patrón es un jeringa.
Eran tres días de jolgorio y herman­dad donde los asistentes degustaban platos típicos, bailaban huaynos y bebían la espumante chicha y el ca­ñazo abrazador. Tantarica, entonces cobraba vida y los descendientes de los cuismancos y chuquimancos parecían revivir su pasado glorioso.
Esta costumbre cesó cuando el ge­neral Juan Velasco Alvarado, cam­bió el Día del Indio por el Día del Campesino.
Estamos a escasos metros de la cum­bre. De la plaza nuestros acompa­ñantes nos conducen con dirección este (hacia la derecha) y nos mues­tran las “tres bocas del cerro”. Son cuadradas, empedradas y estimamos que tienen metro y medio por lado.
Una está al oeste y otra al este y la tercera al sur, los separa un metro de distancia. Las tres han sido malo­gradas por saqueadores de tesoros, quienes las han llenado de tierra y piedras.
El señor José Santos Díaz López, ex-gobernador de Catán, nos con­tó que cuando él era niño observó a las “tres bocas del cerro” y éstas parecían no tener fondo, “veía a mis mayores arrojar flores y asegura­ban que éstas (las flores) salían en el puquial de Santa Clara, situado abajo en el valle del Jequetepeque, a 500 metros sobre el nivel del mar”, aseguró.
También nos relató – don Santos – que la mayoría de los hospitalarios habitantes de Catán temen y respe­tan al cerro Tantarica, “porque de vez en cuando come gente. Niños y adultos regresan al pueblo votando sangre por la boca, luego de ha­ber hurgado por aquella ciudadela antigua”. Y que de las entrañas de aquella misteriosa montaña muchas personas han extraído preciosos hua­cos, un monolito, chaquiras, valiosos objetos de oro y plata, entre ellos un perol descomunal de oro macizo.
Proseguimos nuestro ascenso y, en diez minutos, llegamos a la cima del Tantarica. He quedado pasmado ante el inefable panorama. Imponentes montañas y cautivadores paisajes están bajo nuestros pies, tenemos la impresión de estar en el techo de la Tierra, sobre una atalaya natural del planeta desde donde contemplamos las principales entradas y salidas de aquella región.
Al norte – abajo en la base de los an­des – divisamos el caserío del Salitre y gran parte del valle Jequetepeque, así como el valle formado por el río que baja de San Miguel. Al oeste apreciamos, cual camarón plateado, a la represa del Gallito Ciego, al fon­do la carretera que, serpenteante, se dirige al puerto de Pacasmayo.
Al noroeste, entre copos de nubes blanquísimas aparece el Nanrrá, considerado el segundo pico más alto de Cajamarca (3,100 metros de altura).
Al este – en la parte baja – vemos el poblado de Cholol, y en el su­roeste a la carretera de Trinidad, perderse reptando por una montaña gigantesca.
El espectáculo maravilloso nos ha inmovilizado momentáneamente, pero una corriente de aire fresco nos acaricia amigablemente hasta relajarnos.
En el cielo combo y azulado res­plandece el astro rey y las águilas continúan vigilándonos. La cumbre es amplia, su tierra es rica y está regada de piedras largas y planas. Al igual que en todo nuestro reco­rrido – desde la base hasta el pico de Tantarica – hallamos algunos pedacitos de cuarzo por el camino.
En el centro de la cumbre encon­tramos un hoyo de metro y medio de diámetro revestido de piedra – tipo chulpa – también profanado por huaqueros irresponsables.
Nuestros rostros irradian felicidad ¡La grandeza de nuestros antepasados nos ha fortalecido! Comprendo que la caminata de diez horas, desde La Mónica a Catán y Tantarica, resulta insignificante ante la inmensa riqueza espiritual que nos ha proporcionado la visita a este Apu, el Machu Picchu pre inca olvidado del Perú.












Publicado en revista Perú Siglo XXI, edición octubre de 1995





2 comentarios:

  1. Excelente, mi tierra querida salitre.

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